lunes, 28 de marzo de 2016

Miedo, angustia y ansiedad: diferencias

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No es fácil describir los sentimientos de malestar que nos invaden. Miedo, angustia, ansiedad… Muchas veces se trata de la misma emoción pero a niveles diferentes
según el contexto.

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No es fácil describir los sentimientos de malestar que nos invaden. Miedo, angustia, ansiedad... Muchas veces se trata de la misma emoción pero a niveles diferentes según el contexto. Explicaciones.


Miedo, angustia y ansiedad: definiciones

El miedo es una emoción fuerte e intensa que sentimos en presencia de un peligro más o menos inmediato. Así como el peligro es real, el miedo es subjetivo y personal, ya que la imaginación desempeña un papel importante en la recepción de este peligro. La angustia y la ansiedad son sentimientos más difusos. 

La ansiedad es una emoción vaga de malestar que se traduce en un estado de aprensión, estrés, o menos intenso, de nerviosismo: se nos hace un nudo en la garganta o el estómago, nos resulta difícil respirar, tenemos palpitaciones, empezamos a sudar... 

La angustia es una emoción puntual y aparece en forma de crisis, mientras que la ansiedad puede tener una naturaleza crónica.
El miedo, una válvula de seguridad
Más o menos paralizante, el miedo es necesario para desatar mecanismos de defensa frente al peligro. Por lo tanto, es indispensable para sobrevivir. El miedo suele venir acompañado de reacciones físicas, como la producción repentina y abundante de adrenalina, la cual permite huir o defenderse eficazmente. En algunas situaciones, sin embargo, la respuesta se traduce en una parálisis total, impidiendo toda acción susceptible de agravar la situación. Pero muchas veces sólo somos conscientes del sentimiento de miedo que nos ha invadido una vez que desaparece el peligro: la tensión se relaja, empezamos a temblar, aparecen los sudores fríos y un ligero aturdimiento.
Cuando la ansiedad se convierte en una enfermedad
La ansiedad es una sensación normal presente en todos los seres humanos. Sin embargo, a veces se manifiesta de manera incontrolada o excesiva: bien aparece sin razón aparente o bien suscita una respuesta desproporcionada para el evento que la ha desencadenado. En estos casos se trata de una verdadera patología, cuyas causas, muchas veces, son difíciles de identificar. A parte de una predisposición natural al nerviosismo, parece que algunos factores específicos desempeñan un papel importante. La ansiedad crónica suele tener origen en la infancia: los padres hiperansiosos corren el riesgo de transmitir sus angustias a los hijos. Por el contrario, los padres demasiado protectores o demasiado exigentes pueden generar una falta de confianza e incluso crear un fenómeno generalizado de aprensión por la existencia y afectar la vida cotidiana.
De la ansiedad a la crisis de angustia
La diferencia entre la angustia y la ansiedad es muy sutil. Depende de la consciencia que se tenga del origen de la sensación de malestar; con frecuencia, el objeto que provoca miedo es difícil de detectar en los estados de ansiedad. Se trata de un nivel de apreciación y sentimiento. Por eso, la medicina considera que la angustia es la forma exacerbada de la ansiedad. Por lo tanto, generalmente, la crisis de angustia suele estar acompañada de manifestaciones físicas e incluso neurológicas, llegando incluso a la tetania. Este estado invalida severamente a la persona que la sufre.


¿Cómo superarlo?
Sea o no patológica, la ansiedad no es fácil de tratar. Suele estar acompañada de fuertes tensiones físicas. Al principio se puede acudir a las medicina alternativas, como la acupuntura o la fitoterapia, para calmarse y relajarse. Asimismo, se pueden prescribir algunos medicamentos. Actúan directamente sobre el sistema nervioso y calman la sensación de angustia. Pero aunque alivien los síntomas, los medicamentos no tratan el mecanismo de la ansiedad. Por eso, se acompañan con una terapia. Una terapia comportamental por ejemplo permite encontrar el origen de la angustia y, por lo tanto, aprende a gestionar ese sentimiento de desamparo.

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