Rutinas que asfixian, temores que encarcelan
Las rutinas protegen, tanto, que a veces pueden convertirse en una verdadera cárcel. Establecerlas nos evita tomar cientos de decisiones diarias, que deberíamos adoptar si ya no tuviéramos establecidas unas costumbres fijas. Pero también nos instalan en una forma de hacer, que se traduce en un esquema de pensamientos y de sentimientos que no cambian.
El precio de las rutinas puede ser muy alto. Sí: son necesarias: una manera práctica de manejar la vida cotidiana. Pero al mismo tiempo y de manera imperceptible, se convierten en una forma de vida en la que te refugias y comienzas a tener miedo del cambio.
“No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.”
Es usual encontrarnos con personas que viven sumergidas en una rutina, pero reniegan de ella todo el tiempo. Suspiran, se toman la cabeza y dicen que están aburridas porque todo es siempre igual. Sin embargo, tampoco sienten que tengan la fuerza para decir “basta”.
Así, para vencer la dictadura de las rutinas es necesaria una buena dosis de valor. Además, es imprescindible una motivación importante y la suficiente confianza en uno mismo como para ser capaces de romper el esquema y adentrarnos en el camino de lo incierto.
El efecto ensordecedor de las rutinas
Lo peor de establecer rutinas y mantenerlas es que vas insensibilizándote, sin que lo notes. No es que dejes de sentir, sino que terminas encasillando lo que sientes. Comienzas a tener la percepción de que todo aquello que no es familiar, resulta peligroso. Lo nuevo, lo diferente, se convierten en una especie de amenaza.
La rutina es un andamiaje compuesto por muchísimas piezas. Comprende desde la forma como manejas tus horarios habituales y llega a abarcar toda tu concepción acerca del mundo. Terminas creyendo que debes sentir, pensar y actuar de un solo modo. Que ya comprendes toda la realidad y que sobran las preguntas.
La rutina merma tu curiosidad, disminuye tu capacidad de sorpresa. Pero, sobre todo, te vuelve sordo y ciego a tus propias potencialidades. Terminas creyendo que haces solo lo que puedes hacer y que te sería imposible actuar o vivir de otra manera.
El resultado es un cierto estado de amodorramiento. Con la rutina vives en función de “cumplir” y no de evolucionar o de ser feliz. Y, lo peor: comienzas a ver la rutina como tu gran logro y sientes miedo de todo lo que pueda alterarla.
El miedo a cambiar. La resistencia al cambio
Vivir con pasión es un verdadero don, que muchos no pueden, o no quieren, disfrutar. Significa sentir un genuino interés por el trabajo que se desarrolla. Auténtico amor por las personas con las que uno se relaciona. Verdadero entusiasmo frente a los planes para el futuro y a todo lo que está por hacer.
¿Por qué entonces tantas personas ven pasar la vida frente a sus ojos y tratan más bien de “quemar tiempo”, en lugar de vivir intensamente? La respuesta solo puede ser una: es el miedo el que encarcela en rutinas que sirven como coraza. Les evita probarse frente a lo nuevo, a lo desconocido, a lo desafiante.
El cambio es eso: un desafío. A los convencionalismos, a las costumbres, a la seguridad que nos produce hacer lo mismo una y otra vez para no tener que pensar demasiado. Aún cuando la rutina está plagada de situaciones que desagradables, muchos la toleran porque es mayor el miedo a cambiar. Eso supondría salir de su zona de confort y tener que agudizar sus capacidades para encarar situaciones desconocidas.
¿Cómo vencer el miedo a salir de las rutinas?
Cada persona debería estar haciendo lo que quiere hacer, del modo en el que quiere hacerlo, con quien quiera y donde quiera. Nadie tendría por qué resignarse a trabajar o vivir como no quiere, simplemente por temor al cambio.
Por supuesto, nadie puede mandar al cuerno todo de un día para otro. Bueno, en realidad sí se puede, pero quizás muchos necesiten de un proceso más pausado para lograrlo. Lo cierto es que no siempre conviene romper con todo, sino que basta con recuperar algunos espacios para ser uno mismo. ¿Cómo empezar? ¿Qué hacer para salir de esas rutinas que encarcelan?
- Saca tiempo para ti. Por más exigente o importante que sea tu trabajo, nunca puede ser más importante que tú mismo. Hay una parte de tu tiempo que te debes dedicar exclusivamente a ti. Son esas parcelas de la vida en donde te debes enfocar solamente en hacer lo que verdaderamente quieres: dormir, comer, bailar, lo que sea. Lo importante es que sientas que estás haciendo única y exclusivamente lo que te provoca hacer.
- Tienes que jugar. El juego jamás debe ser erradicado. El juego entendido como diversión, es un espacio de libertad por excelencia. En el juego te re-creas, vuelves a construir nuevos significados para lo que eres. Juega a las cartas, juega baloncesto, juega lo que quieras, pero juega. Ojo: no mires jugar a otros. De lo que se trata es de que uno sea el jugador.
- No pierdas contacto con la naturaleza. La naturaleza ejerce un efecto sumamente positivo sobre las emociones y el pensamiento. Así que es muy importante que busques la forma de estar en contacto con el verde de las plantas y con la particular forma de interactuar que tienen los animales. La naturaleza nos ayuda a conectarnos con nosotros mismos y esto, a su vez, nos permite reconocer los cambios que necesitamos implementar.
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